domingo, 24 de febrero de 2013

DESTINO: SUECIA

 
 (Texto publicado en La Olla Rock Fanzine n: 46)
Los veranos cada vez son mas insufribles debido a los golpes de calor que azotan la península, y aunque es bien cierto que uno de los grandes atractivos de este país son el sol y el buen tiempo, las altas temperaturas que alcanzan los termómetros en esa época del año, están bien lejos de lo que yo considero agradable, especialmente en Agosto.
Después de tanto sudar, el clima que uno busca en los días libres no va necesariamente asociado al turismo playero, ¡por lo menos por una temporada! Así que se me presentaba un plan mas que apetecible… Tan solo debía tomar un vuelo rumbo al norte de Europa, ¿el destino? cualquier parte donde pudiese combinar mi amor por el rock con un poco de aire fresco.
Afortunadamente, fuera de nuestras fronteras saben muy bien de que va esto del rock; No en vano se montan unos festivales de órdago, ¡de lo mejorcito que pueda uno ver! agrupando bandas de escándalo en carteles que hacen que los de aquí, parezcan fiestas estudiantiles.
Así que tan solo se trataba de elegir uno… y el SKOGSRÖJET, que se celebraría en la población de Rejmyre (Suecia), parecía una opción mas que interesante.
Con unas máximas de 17 grados (y en España rozando los 40), la sensación de placer se agudizaba, y mas sabiendo que formaciones y artistas como Alice Cooper, Kingdom Come, Testament, Unisonic, Bonfire, H.E.A.T, L.A Guns, Ted Poley, Doro y tantos otros… estarían en la hoja de ruta.
Tras tres horas de vuelo y alrededor de 3000 kilómetros, llegaba al aeropuerto de Estocolmo cuando pasaban varios minutos de las once de la noche. Debía de intentar sacar de allí un coche de alquiler antes de que la oficina cerrase; afortunadamente en esta ocasión lo logré, pues ya había escarmentado de mis errores en viajes pasados.
Con el GPS ajustado al español, me pondría rumbo al hotel, situado a mas de 200 kilómetros, y según las indicaciones, a mas de dos horas de camino! Eso significaba que llegaría pasadas las dos de la mañana.
Las primeras indicaciones del aparato me obligaban a girar por calles inexistentes, rotondas “fantasma”, o atravesar ilegalmente al sentido contrario de la autovía. Por un momento pensé que jamás llegaría a esa bendita cama que me esperaba al final del trayecto, y sobre la que con toda probabilidad caería desplomado.
Una vez ubicado, me hizo atravesar entre frondosos bosques, circulando por carreteras secundarias. La iluminación era inexistente, y para complicarlo, me topaba con intermitentes bancos de niebla que dificultaban la conducción, sobretodo teniendo en cuenta que a ambos lados de la carretera podías encontrarte con enormes lagos, que estaban por todas partes, y a los que no era difícil precipitarse si no andabas con cuidado.
Cuando pude relajarme un poco, pensé que no era mala idea poner la radio para amenizar ligeramente el camino; Imaginad mi sorpresa cuando tan solo con encenderla, la primera emisora que sintonicé programaba Heavy Metal las 24h! Por un momento había olvidado que aquello no era España, “Spain is different” eso está claro…
A la dificultad de la falta de luz, de la niebla y de los lagos, se sumaría otro factor de peligro. Cada pocos kilómetros se cruzaban en mi camino todo tipo de animales, habitantes de los verdes bosques suecos. Estoy hablando de enormes conejos, de castores… ¡y de imponentes ciervos! Eso sí, aparte de ellos no me cruzaría con ni un solo coche, ni una sola persona. Un aura de soledad que en ocasiones resultaba terrorífica. Daba la sensación de que en cualquier momento pudiera encontrarme con “la niña de la curva”.
Hasta que mis ojos no pudieron leer el cartel de Regna (el pueblecito al que iba), no pude respirar tranquilo, ya que hasta ese momento no sabía con certeza si había ido en la dirección adecuada. Pero por suerte había llegado y no fue difícil encontrar el hotel. Ese pequeñísimo pueblo tan solo tenía una iglesia, mi hotel, y frente a él: un cementerio. Una preciosa estampa, sin duda… aunque un tanto inquietante.
Se trataba de una pequeña villa del siglo XIV, el hotel era como una vieja mansión de madera a la que se accedía cruzando un jardín en el que también hallaría algo surrealista: Un árbol misterioso. Su tronco tenía una forma similar a la de E.T. (sí, el de la peli de Spielberg), y según me aseguró el propietario al día siguiente, el árbol tenía la facultad de llorar si lo mirabas fijamente durante cuarenta y cinco minutos. No lo comprobé.
Cuando al fin pude atravesar el porche que me conducía a la puerta principal, hallé una pequeña caja con un cartelito que rezaba: Mr. Méndez. En su interior una llave y un numero. ¡Lo había logrado! la cama me estaba esperando amigos, y debía descansar bien, pues los dos días siguientes estarían repletos de Rock y Metal, y eso es algo que merece toda mi atención.

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