(Texto publicado en La Olla Rock Fanzine n: 46)
Los
veranos cada vez son mas insufribles debido a los golpes de calor que azotan la
península, y aunque es bien cierto que uno de los grandes atractivos de este
país son el sol y el buen tiempo, las altas temperaturas que alcanzan los
termómetros en esa época del año, están bien lejos de lo que yo considero
agradable, especialmente en Agosto.
Después
de tanto sudar, el clima que uno busca en los días libres no va necesariamente
asociado al turismo playero, ¡por lo menos por una temporada! Así que se me
presentaba un plan mas que apetecible… Tan solo debía tomar un vuelo rumbo al
norte de Europa, ¿el destino? cualquier parte donde pudiese combinar mi amor por
el rock con un poco de aire fresco.
Afortunadamente,
fuera de nuestras fronteras saben muy bien de que va esto del rock; No en vano
se montan unos festivales de órdago, ¡de lo mejorcito que pueda uno ver!
agrupando bandas de escándalo en carteles que hacen que los de aquí, parezcan
fiestas estudiantiles.
Así
que tan solo se trataba de elegir uno… y el SKOGSRÖJET, que se celebraría en la población de Rejmyre
(Suecia), parecía una opción mas que
interesante.
Con
unas máximas de 17 grados (y en España rozando los 40), la sensación de placer
se agudizaba, y mas sabiendo que formaciones y artistas como Alice Cooper, Kingdom Come, Testament,
Unisonic, Bonfire, H.E.A.T, L.A Guns, Ted Poley, Doro y tantos
otros… estarían en la hoja de ruta.
Tras
tres horas de vuelo y alrededor de 3000 kilómetros, llegaba al aeropuerto de Estocolmo cuando pasaban varios minutos
de las once de la noche. Debía de intentar sacar de allí un coche de alquiler
antes de que la oficina cerrase; afortunadamente en esta ocasión lo logré, pues
ya había escarmentado de mis errores en viajes pasados.
Con
el GPS ajustado al español, me
pondría rumbo al hotel, situado a mas de 200 kilómetros, y según las
indicaciones, a mas de dos horas de camino! Eso significaba que llegaría
pasadas las dos de la mañana.
Las
primeras indicaciones del aparato me obligaban a girar por calles inexistentes,
rotondas “fantasma”, o atravesar
ilegalmente al sentido contrario de la autovía. Por un momento pensé que jamás
llegaría a esa bendita cama que me esperaba al final del trayecto, y sobre la
que con toda probabilidad caería desplomado.
Una
vez ubicado, me hizo atravesar entre frondosos bosques, circulando por
carreteras secundarias. La iluminación era inexistente, y para complicarlo, me
topaba con intermitentes bancos de niebla que dificultaban la conducción,
sobretodo teniendo en cuenta que a ambos lados de la carretera podías
encontrarte con enormes lagos, que estaban por todas partes, y a los que no era
difícil precipitarse si no andabas con cuidado.
Cuando
pude relajarme un poco, pensé que no era mala idea poner la radio para amenizar
ligeramente el camino; Imaginad mi sorpresa cuando tan solo con encenderla, la
primera emisora que sintonicé programaba Heavy
Metal las 24h! Por un momento había olvidado que aquello no era España, “Spain is different” eso
está claro…
A
la dificultad de la falta de luz, de la niebla y de los lagos, se sumaría otro
factor de peligro. Cada pocos kilómetros se cruzaban en mi camino todo tipo de
animales, habitantes de los verdes bosques suecos. Estoy hablando de enormes
conejos, de castores… ¡y de imponentes ciervos! Eso sí, aparte de ellos no me
cruzaría con ni un solo coche, ni una sola persona. Un aura de soledad que en
ocasiones resultaba terrorífica. Daba la sensación de que en cualquier momento
pudiera encontrarme con “la niña de la curva”.
Hasta
que mis ojos no pudieron leer el cartel de Regna
(el pueblecito al que iba), no pude respirar tranquilo, ya que hasta ese
momento no sabía con certeza si había ido en la dirección adecuada. Pero por
suerte había llegado y no fue difícil encontrar el hotel. Ese pequeñísimo
pueblo tan solo tenía una iglesia, mi hotel, y frente a él: un cementerio. Una
preciosa estampa, sin duda… aunque un tanto inquietante.
Se
trataba de una pequeña villa del siglo XIV, el hotel era como una
vieja mansión de madera a la que se accedía cruzando un jardín en el que
también hallaría algo surrealista: Un árbol misterioso. Su tronco tenía una
forma similar a la de E.T. (sí, el
de la peli de Spielberg), y según me
aseguró el propietario al día siguiente, el árbol tenía la facultad de llorar
si lo mirabas fijamente durante cuarenta y cinco minutos. No lo comprobé.
Cuando
al fin pude atravesar el porche que me conducía a la puerta principal, hallé
una pequeña caja con un cartelito que rezaba: Mr. Méndez. En su interior una llave y un numero. ¡Lo había
logrado! la cama me estaba esperando amigos, y debía descansar bien, pues los
dos días siguientes estarían repletos de Rock y Metal, y eso es algo que
merece toda mi atención.
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